La pandemia por COVID-19 afectó en forma desproporcionada a las personas adultas mayores en comparación con el resto de la población. De marzo a julio de 2020, por ejemplo, la mortalidad de las personas de las personas contagiadas entre 65 y 74 años fue 21 veces mayor que la de aquellas con menos de 50 años de edad. Cuidar la salud física de las y los adultos mayores fue una prioridad de sobra justificada. Sin embargo, su vulnerabilidad y los efectos negativos de la pandemia se extendieron más allá de la posible enfermedad y sus secuelas.